Leyendo con El Jibarito: El Jíbaro por Virgilio Dávila

Leyendo con El Jibarito: El Jíbaro por Virgilio Dávila

 

 

 

 

 

 

 

Al Jibarito le gusta mucho leer cuentos y poemas. Esta semana anda leyendo un poema de Virgilio Dávila que le hace honor a su nombre.

Dávila nació el 28 de enero de 1869 en Toa Baja. La influencia de sus padres en su interés por la literatura fue muy grande, especialmente porque los dos eran maestros.

Su hijo José Antonio Dávila Morales siguió sus pasos fue igualmente un escritor lírico. Sus experiencias como maestro y agricultor le trajeron un inmenso amor por su patria que se refleja en su poesía.

Virgilio Dávila, es considerado uno de los más grandes representantes del modernismo en Puerto Rico.

 

El Jíbaro

por Virgilio Dávila

 

En la montaña, junto al río,

y bajo el techo de un bohío

que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,

llegué a la vida en esa hora

en que la tierra se colora,

porque recibe apasionada el primer ósculo solar.

 

Tuve el trabajo por escuela;

tostó mi cuerpo la candela

del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;

bebí del campo la alegría,

y soy alegre como el día,

como la abeja laboriosa, y tan ardiente como el sol.

 

Surge la aurora, y de la cama,

oigo el pitirre que me llama

con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;

el lecho dejo con premura;

llevo mi daga a la cintura,

y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.

 

Si el caminante se extravía,

se abre una puerta, que es la mía;

para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;

para el que ofende a mi terruño

tengo el perrillo y tengo el puño,

y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.

 

Es mi delirio mi caballo;

en las contiendas de mi gallo,

es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;

no hay, como yo, quien salve un risco,

ni quien domine un potro arisco,

ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.

 

Yo bailo el seis y la cadena

con en la tierra macarena

puede bailar un zapateado el más donoso bailarín;

tengo ribetes de coplero,

y al son del tiple vocinglero,

décimas bellas da ni numen, como da flores el jardín.

 

Yo sé del libro de un Cervantes

que, con sus prosas elegantes,

en un hidalgo -Don Quijote- a todo un pueblo retrató;

sé del hidalgo alguna hazaña;

y si ese hidalgo era de España,

poner en duda no es posible que de españoles vengo yo.

 

Desde la hora placentera

en que se anima la pradera,

hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,

en los rastreron batatales,

en los hojosos platanales,

doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.

 

Si entre las hojas de esmeralda

de la riquísima guirnalda

en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin

lucen cual pálidas estrellas

las olorosas flores bellas

que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.

 

Si por diciembre cubre al llano

el aterciopelado soberano

con que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;

si espigas dan los arrozales,

y dan mazorcas los maizales,

y brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.

 

Si de la caña los flautines

llevan a todos los confines

el nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí,

esta magnífica riqueza,

esta aureola de grandeza

con que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?

 

¡Ved la campiña de mi tierra!

¡Cuánto ella vale, cuanto encierra,

es el producto generoso de mi fructífera labor!

Ved la campiña… ¡y ved si miente

el que me tacha de indolente,

y con el jugo de mi vida pasa la vida a su sabor!

 

 

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